UNA SEMANA EN LANZAROTE

Del 1 al 6 de enero de 2009

1) EL AVIÓN. De nuevo volamos con easyjet

2) EL COCHE DE ALQUILER. Reserva previa de un Opel Astra con cicar

3) EL HOTEL. Hemos elegido el Beatriz Costa 4*, en Costa Teguise.

4) EL ITINERARIO:




Detalle pormenorizado de 6 días de viaje, del 1 al 6 de enero de 2009.




El día 1 de enero dejamos atrás los excesos de Nochevieja y comenzamos el año viajando. Año nuevo, viaje nuevo. En realidad, no es tan nuevo. Estuvimos hace 11 años por estas fechas y aunque todavía nos acordamos de muchas cosas, también nos dejamos muchas otras por visitar entonces que pensamos ver ahora.
Afortunadamente no hay que madrugar mucho y podemos salir de casa sobre la hora de comer y llegar sin prisa al aeropuerto para coger el avión de easyjet por la tarde y llegar a la isla por la noche.
Seguimos viajando con esta compañía con la que hemos hecho bastantes viajes hasta la fecha, siempre sin problemas.
A la llegada al aeropuerto, tras recoger el equipaje, nos dirigimos a la oficina de cicar, allí mismo, para buscar el coche de alquiler que había reservado hace tiempo. No tenemos que esperar mucho hasta que nos dan la llave y nos indican la plaza del parking donde está. Tras recogerlo nos ponemos en marcha hacia Costa Teguise, a pocos kilómetros del aeropuerto, donde el GPS nos lleva directos al hotel Beatriz Costa.
Llegamos a tiempo de cenar en el restaurante del hotel, ya que hemos contratado régimen de media pensión. Y, después, prontito a la cama, que ha sido un día muy largo (al menos una hora más) y hay que empezar mañana con energía.




Amanece un día precioso, con un cielo azul intenso y sin una nube. Aprovechando que es muy pronto y no tengo sueño, decido caminar hasta la playa más cercana, la Playa de las Cucharas, mientras los demás duermen.
Llegar hasta la arena me lleva entre 10 y 15 minutos cuesta abajo. Lo malo es que a la vuelta habrá que subir. El hotel está en un alto, aislado. Al salir de recepción no se ve a nadie. Apetece mucho caminar, es 2 de enero y voy de manga corta. ¡Qué contraste con el frío que está haciendo estos días en la península! Al acercarme al centro voy pasando por urbanizaciones de chalets y casitas bajas. Más adelante aparecen las primeras tiendas, luego centros comerciales. Aquí ya hay más movimiento.
Y, por fin, la playa.
Miro el reloj y me sorprende lo rápido que ha pasado el tiempo. Si no me espabilo, voy a llegar tarde a desayunar. Siento no poder alargar esta primera toma de contacto con Costa Teguise pero no hay más remedio que volver al hotel. Pienso que tenemos por delante muchos días y ya habrá tiempo de acercarnos a ver esto, aunque al final, volveremos a casa sin haber vuelto por aquí. Lo dejamos para otra vez. A ver si es cierto eso de que a la tercera va la vencida.
Después de pasar la mañana disfrutando del sol, de las piscinas y de las instalaciones del hotel, vamos hacia Arrecife,la capital de la isla desde 1852 (antes era Teguise). Recibe este nombre por la gran cantidad de arrecifes naturales de la zona.
Llegamos a la hora de comer y vamos directos al restaurante que había seleccionado en la preparación del viaje: Casa Ginory, en el Charco de San Ginés.
Después de comer paseamos rodeando el charco y observando las pintorescas casitas blancas y azules.
A lo lejos se alza la torre de la Iglesia de San Ginés, al otro lado de este entrante de mar en el centro de la ciudad donde las barquitas de los pescadores descansan de la faena. También las gaviotas encuentran un lugar tranquilo en estas horas de la siesta.
Enseguida pasamos frente a la Casa del Miedo, lugar de reunión de una asociación vecinal. Llama la atención el alegre contraste del blanco y el azul brillante que se repite de casa en casa, tanto en las nuevas como en las más antiguas.
Después salimos al Paseo Marítimo. Lo primero que vemos a lo lejos en el agua es la silueta del Castillo de San Gabriel, unido a tierra mediante el Puente de las Bolas, a los que nos dirigimos.
Pasamos frente al Ayuntamiento y llegamos al Puente de las Bolas, por el que caminaremos hasta el Castillo. Es un puente levadizo del siglo XVI que debe su nombre a los adornos en forma de bolas que tiene en lo alto. Es un puente singular, ya que no hay ningún otro de este tipo en Canarias. Me gusta.
Al final del largo puente nos espera el Castillo de San Gabriel, que fue construido sobre un islote para defender la ciudad de los continuos ataques de los piratas. Actualmente alberga el Museo Arqueológico y Etnográfico, pero no podemos visitarlo porque está cerrado.
Desde el islote destaca a lo lejos el alto edificio del Gran Hotel. En la última planta hay una cafetería desde la que se puede ver una magnífica panorámica de la ciudad. Reservamos esa visita para despedir el día a la caída del sol.
También podemos ver desde aquí el bonito quiosco de música que está en el parque Ramirez Cerdá, donde estos días festivos está instalada la Feria de Artesanía. Es de madera y está adornado con guirnaldas navideñas.
Además de la Feria, también han puesto en este parque el Belén Municipal, que representa una casa típica canaria en la que han incluido escenas del Nacimiento en sus habitaciones. Podemos ver los dormitorios, el patio que distribuye el espacio hacia las estancias, la cocina, el pajar...
Y ahora ya, tras el cansancio, es hora de reponer fuerzas en la cafetería del Gran Hotel.
Desde este último piso la vista es espectacular y los amplios ventanales nos permiten observar la panorámica en un giro de 360º. A un lado está la playa del Reducto. Los últimos bañistas aún pueden sentir en la piel la caricia de este sol invernal, que pronto va a desaparecer en el horizonte. Detrás, hacia el interior, los blancos edificios de la ciudad se apiñan. Desde aquí parece que no hubiera calles, ni plazas, sólo una alfombra blanca de ventanas y azoteas que se extiende hacia las montañas que asoman al fondo. ¿O son volcanes?
Giramos 90 grados y ahora es el puerto el que se ofrece a nuesta vista. Aunque lejos, podemos distinguir varias grúas y un barco grande de crucero. Y, luego, el mar. La mar. El agua infinita, que atrae la mirada como un imán, calmo y brillante. Y el sol, aún poderoso, que lentamente se acerca a la tierra debilitándose sin remedio, hasta dejar que la mirada no hiera.
El atardecer es magnífico, sin espectáculo comparable.
Cuando al fin el sol desaparece tras la montaña y la oscuridad se extiende, caminamos de regreso hacia el Charco, donde habíamos dejado el coche, parándonos en algunas tiendas de perfumes y electrónica, callejeando. Es noche cerrada cuando llegamos al Castillo de San José. En su arquitectura se me asemeja al de San Gabriel, aunque sin puente. Fue restaurado bajo la dirección de César Manrique y ahora alberga el Museo de Arte Contemporáneo, pero a estas horas ya está cerrado. Si se rodea, bajando unas escaleras, se accede a la planta inferior, donde hay un restaurante. La vez anterior que estuvimos en Lanzarote, hace 11 años, cenamos ahí. Y recuerdo que cenamos muy bien, pero en esta ocasión hacemos las cenas en el hotel.
Costa Teguise está a pocos kilómetros y llegamos enseguida.




Hoy salimos antes del hotel para visitar Tías antes de comer en Puerto del Carmen. Aunque está algo más nublado, la temperatura sigue siendo buena. El nombre de este municipio se debe a las tías solteras, Doña Francisca y Doña Hernán Fajardo, de Don Alonso Fajardo, que fue gobernador de Gran Canaria. El nombre completo era 'Tías de Fajardo' pero el uso lo ha dejado reducido.
Se trata de un pueblecito tranquilo de casa blancas y bajas que invita al paseo. Destaca la iglesia de Nuestra señora de la Candelaria, también blanca y de planta rectangular. Muy cerca de ésta, al otro lado de la carretera, está la iglesia de San Antonio, de arquitectura muy parecida aunque más pequeña.
A continuación vamos hacia el Puerto del Carmen. Con el GPS llegamos a la calle Roque Nublo sin problema y, después de aparcar, buscamos el restaurante La Cascada Puerto, que es mi selección (acertadísima) para comer hoy. Como todavía es un poco pronto para comer, abrimos el apetito dando un paseo hasta el mar. A unos kilómetros se extiendes buenas playas que hacen de esta zona el principal centro turístico de la isla, pero en este punto la costa es bastante escarpada.
Después de comer, nos dirigimos hacia las Salinas de Janubio. No sé si se pueden visitar pero no queremos entretenernos mucho, ya que aún nos queda camino por recorrer y no hay que olvidar que es enero y anochece pronto. Sin embargo, bajamos del coche un momento para contemplar la maravillosa vista de las salinas, con sus compartimentos ordenados y, más allá, el mar, tranquilo en un remanso (la Caleta de Janubio, aislada por una barrera de arena creada por las erupciones volcánicas) y más encabritado al fondo, donde nada lo retiene.
Continuamos bordeando la costa hacia el norte. Es palpable cómo el oleaje se incrementa en esta zona. Sin duda, ya deben estar cerca los Hervideros.
Un poco más adelante, los coches aparcados en una explanada nos indican que hemos llegado al lugar. Al bajar, el rugido de las olas golpeando contra las rocas sobrecoge, igual que impresionan los acantilados formados por magma solidificada al enfriarse en contacto con el agua. Hay caminitos en la lava que permiten recorrer la zona, impracticable de no ser así. Las olas golpean con fuerza y salta la espuma como si fuera vaho al cocer, de ahí el nombre.
Resulta hipnótico contemplar la formación de la ola, una leve onda en la distancia que rompe la lisura de la superficie del agua y cómo se levanta y encabrita al acercarse hasta chocar con fuerza contra la roca y romperse, desintegrarse en millones de gotas de agua que se dispersan para volver después de nuevo al mar y arremolinarse buscando el fondo, como con prisa, antes de que la siguiente ola repita el proceso, todas parecidas, ninguna igual, todas distintas.
Me pasa igual que ayer con el atardecer de Arrecife, que podría estar horas contemplando este espectáculo inigualable, pero de nuevo el reloj apremia.
Seguimos bordeando la costa en dirección hacia el pueblo de El Golfo. Aunque vemos a lo lejos sus casitas blancas, no vamos a llegar hasta él. Pronto un cartel que indica el camino hacia la Laguna Verde nos detiene.
Llamado también el Charco de los Ciclos, es uno de los pocos ejemplos de hidro-vulcanismo, erupciones en que existe una interacción entre magma y agua. Se trata de un cráter volcánico que ha sido erosionado por el mar quedando seccionado, dejando una parte aislada (en foto anterior) separada del resto del cono. En el interior del cráter ha quedado una laguna que está conectada al mar por grietas subterráneas aunque, en la superficie, está separada por una playa de arena. El agua de esta laguna es de un verde extraño e intenso debido a la presencia de gran cantidad de microorganismos vegetales en suspensión.
Desde donde hemos dejado el coche hacemos un trayecto andando hasta llegar a la laguna. La sombra proyectada sobre ella y el reflejo del sol hacen que el color verde se haya transformado en dorado. Por otro lado, antes de venir vi una fotografía de la laguna tomada desde lo alto que me gustó pero tiene que ser desde otro lugar, porque aquí estamos al mismo nivel que el agua. Miro hacia lo alto y veo gente en un mirador, más cerca del pueblo de El Golfo, en el lado opuesto a por donde entramos nosotros. Debe de ser ahí.
Volvemos sobre nuestros pasos y, en coche, nos dirigimos en aquella dirección hasta que encontramos un nuevo cartel con indicación hacia la laguna. A pie seguimos por un caminito acordonado que lleva hasta el mirador. Y ahí ya tenemos una perspectiva distinta, más parecida a la que yo quería ver.
El siguiente destino es Yaiza, también de casas blancas y típica iglesia del estilo de las anteriores que hemos visto, la Ermita de los Remedios, en la plaza del mismo nombre.
Recordaba que la vez anterior que visitamos la isla había un Belén en esta plaza. También eran Navidades. Y esta vez tampoco falta. Está al aire libre, muy trabajado y original, muestra los lugares más representativos de Lanzarote, muchos de los cuales hemos visitado o vamos a visitar en este viaje. Iglesias, casitas blancas, el mar, ríos, los volcanes, las salinas, las barcas... Una preciosidad
De regreso hacia Costa Teguise pasamos por Nazaret, donde está el restaurate-pub Lagomar. Nos cuesta dar con el sitio y tenemos que preguntar varias veces, pero llegarmos al fin. En una tarjeta que cojo allí la dirección que pone es C/ Los Loros 2, 35539 Nazaret. Por lo visto era la casa del actor Omar Shariff y en algún lugar leí que la perdió jugando a las cartas, pero no me atrevo a decir si es realidad o leyenda. El pub abre a las 20:30 y aún falta un buen rato para eso. Vemos lo poco que se puede sin luces, tomamos algo y decidimos marcharnos ya y volver otro día, aunque más tarde no encontramos el momento.




El domingo amanece muy nublado, amenazando lluvia, y las nubes nos acompañan todo el día. Empezamos las visitas en Teguise, la villa que fue capital de la isla hasta 1852, cuando se trasladó a Arrecife debido a la importante actividad económica generada por el puerto.
Cuando llegamos el mercadillo está en su apogeo. Lo ponen los domingos de 9:00 a 14:00. Hay muchos puestos de artesanía, camisetas, ropa y mil objetos típicos y no tan típicos de la isla. En lo alto, sobre la montaña de Guanapay, podemos ver a lo lejos el Castillo de Santa Bárbara, que no nos da tiempo a visitar. Actualmente alberga el Museo del Emigrante, un museo dedicado a la emigración canaria a América y en sus salas se pueden ver objetos que llevaban los isleños a su aventura en el nuevo mundo.
Había leido que, de no ir muy pronto, aparcar suele ser complicado pero encontramos sin problema hueco en un parking vigilado a la entrada del pueblo. Probablemente en verano será otro cantar pero ahora, afortunadamente, no encontramos aglomeraciones en ninguno de los sitios que visitamos.
Callejeamos por el centro sin dejar de ver puestos. Es un mercadillo muy extenso.
En la plaza del pueblo vemos la iglesia de Guadalupe, la más antigua de la isla, y distinta a las que hemos visto hasta ahora, todas blancas y sin una torre de piedra como esta. Tiene personalidad. Me gusta.
Al poco tiempo empiezan a caer gotas y, cerca ya de la hora de terminar, muchos puestos recogen rápidamente para que no se les moje la mercancía. Aunque no llueve fuerte, tampoco tiene muchas pinta de amainar, y como además se va acercando la hora de comer, dejamos Teguise atrás y nos ponemos en camino hacia el Monumento al Campesino, o Monumento a la Fecundidad. Lo encontramos en un cruce de carreteras en el centro geográfico de la isla y es una escultura de 15 metros sobre una base de roca formada por tanques de agua de viejos barcos pesqueros pintados de blanco y soldados entre sí, realizado por Jesús Soto y César Manrique, artistas imprescindibles en el carácter actual de la isla.
Junto al Monumento está la Casa Museo, un caserío restaurado que reproduce la arquitectura rural con su patio, su aljibe... etc, todo de blanco inmaculado. Alberga también el Restaurante Casa del Campesino, donde habíamos reservado para comer y donde degustamos típica comida canaria a un precio bastante asequible.
Cuando salimos del restaurante el suelo brilla por el agua que ha caído mientras estábamos dentro. Menos mal que ya lo está dejando, aunque el cielo está de color gris oscuro.
La siguiente parada es en el Jardín de Cactus, la última obra de César Manrique en Lanzarote, en el pueblo de Guatiza, dentro del municipio de Teguise. No es fácil pasárselo de largo porque una enorme escultura de 8 metros en forma de cactus, también diseñada por César Manrique, lo señaliza junto a la carretera. Se trata de un jardín botánico de 5.000 metros cuadrados construído sobre la hondonada dejada por los campesinos al extraer el rofe, la ceniza volcánica. Este material se usa para cubrir los cultivos y mantener así la humedad nocturna y la poca que llega con la lluvia.
El conjunto está construido en piedra y formando terrazas, al estilo de un anfiteatro romano y cuenta con 1.420 especies diferentes de cactus con un total de 9.700 plantas. No es necesario seguir un orden, los caminos permiten el paseo libre para la contemplación de las extrañas plantas de tamaños, formas, colores y procedencia muy dispares. En el centro del jardín hay un pequeño lago artificial de agua dulce y el Molino de Guatiza en lo alto, de los que se usaban para la elaboración del gofio, que ha sido restaurado. El gofio es un alimento canario extraido del millo y otros cereales tostados y molidos. Completan el conjunto la cafetería y la tienda, ambas construidas con piedras basálticas talladas a mano.
Después de recorrer sin prisa el conjunto, damos las visitas del día por terminadas.




Hoy, aunque entre nubes, vuelve a brillar el sol y aprovechamos parte de la mañana disfrutando las instalaciones del hotel al aire libre y los juegos de animación, siempre entretenidos.
Antes de comer visitamos la Fundación César Manrique. La sede actual de esta Fundación está formada por la impresionante casa del artista, las dependencias que ocupaba el servicio doméstico (nada más entrar, a la izquierda, hoy oficinas) y los garajes.
Destaca, sobre todo, la conjunción de la arquitectura y la naturaleza. Parece, no que el edificio se haya adecuado a la orografía, sino que fueran los elementos del terreno los que han formado por su cuenta la vivienda siguiendo un orden mágico.
La casa está edificada en una finca de 30.000 metros cuadrados en una colada fruto de las erupciones volcánicas que ocurrieron en la isla entre 1730 y 1736.
El edificio se levanta sobre cinco burbujas volcánicas naturales de gran tamaño. En la planta superior, inspirada en la arquitectura tradicional de Lanzarote, se localizaban el salón, la cocina, un cuarto de estar, una habitación de invitados, el dormitorio del artista y un cuarto de baño.
Es por esta zona por donde comienza la visita
El nivel subterráneo aprovecha las burbujas, que César Manrique comunicó a través de estrechos pasillos horadados en el basalto. Desde la burbuja de la fuente pasamos a la burbuja blanca, seguidamente la roja y, desde ésta, llegamos al jameo de la piscina, que habíamos visto desde arriba. Aún nos quedan la burbuja negra y la amarilla para llegar a lo que fue el estudio del pintor, donde hoy se expone una muestra de su obra.
Además, en el jameo central se creó una zona de descanso con piscina, pista de baile, horno y barbacoa, además de abundante vegetación.
El bar y la tienda ocupan lo que fueron los antiguos garajes de la casa. No hace tanto que fueron terminados el mural y el jardín exterior, en 1991 y 1992. El mural, de vistosos y alegres colores, está realizado con azulejos perfilados por piedra volcánica.
A la salida nos detenemos junto a uno de sus Juguetes de viento, "La energía de la pirámide".
Terminada la visita a la Fundación, nos dirigimos hacia Timanfaya pasando por La Geria. Esta zona agrícola, en el centro de la isla, comprende los municipios de Tinajo, Yaiza, Tías, San Bartolomé y Teguise. Los cultivos de viñedos se resguardan con muretes de piedra en círculo. En cada uno de ellos el agricultor ha limpiado el terreno, ha puesto tierra cultivable, y la ha cubierto por cenizas que retendrán la humedad de la noche y de las escasas lluvias. Los muretes protegen del viento y, de esta forma, el ingenio del hombre gana la partida a la dureza de las condiciones naturales (mientras los volcanes no despierten).
Y así llegamos al Parque Natural de Timanfaya. No se puede recorrer en coche particular. Hay que dejarlo en un parking y coger uno de los autobuses que hacen el recorrido de 14 kms (la Ruta de los Volcanes) y cuyo precio va incluido en la entrada. Por el altavoz se escucha en varios idiomas una grabación que nos ilustra acerca de las tremendas erupciones volcánicas que tuvieron lugar en la isla entre los años 1730 y 1736 y que, donde antes había tierras fértiles y más de veinte pueblos y caseríos, dejaron un áspero mar de lava como el que ahora vemos desde nuestros asientos. Parece increíble que pueda haber vida aquí, en estos 51 kilómetros cuadrados alrededor de las Montañas de Fuego, pero la vida se acaba imponiendo a las peores condiciones y se pueden encontrar especies animales (como el lagarto de Haría, cuervos, gaviotas...) y también diversas especies vegetales.
El autobús serpentea por la estrecha carretera que permite el paso entre la lava solidificada. Es fácil imaginar que este paisaje que ahora vemos ha permanecido así durante cientos de años y, si lo siguen cuidando, permanecerá así por muchos cientos, miles... A veces nos detenemos en algún punto donde la solidificación caprichosa de la lava ha creado extrañas formas. ES una panorámica sobrecogedora, única, especial, impresionante. Casi al final del recorrido llegamos a un valle cubierto de lo que, desde detrás del cristal, parece fina arena de un color rojizo salpicado por matojos y bautizado por el relajante nombre de "Mar de la Tranquilidad".
Pero es en el tramo final donde nos esperan los volcanes con sus cráteres abiertos, amenazantes. Atraen la mirada pero al mismo tiempo no se puede evitar recordar con un escalofrío lo brutal de su actividad que acaban de narrarnos.
Finalizado el recorrido el autobús vuelve al punto de partida junto al Islote de Hilario, un edificio ideado también por César Manrique donde está el Restaurante El Diablo.
A continuación uno de los guías lleva al grupo a hacer un par de demostraciones sobre la temperatura del suelo, pero no nos entretenemos ahora, ya que hemos reservado en el Restaurante para comer y ya se ha hecho un poco tarde.
A la entrada al restaurante llama la atención una enorme parrilla colocada sobre un horno natural perforado en la montaña, en la que muslos de pollo y brochetas se doran aprovechando el calor natural que emana de las profundidades.
Desde la mesa, en el comedor, observamos tras el cristal una de las demostraciones que hacen los guías a los grupos. Echan un cubo de agua en unos tubos clavados en la tierra y a los 2 o 3 segundos el agua vuelve a la superficie con fuerza en forma de géiser. Y es que en esta zona aún existe actividad volcánica subterránea. De hecho, si se toca el suelo, se nota que está caliente. A la profundidad de tan sólo 10 cm la temperatura del subsuelo es de 140º y a los 6 metros, de unos 400º. Impresionante, desde luego.
Dejamos atrás las Montañas de Fuego y, de camino, hacemos una pequeña parada en Mancha Blanca, donde encontramos el Santuario de la patrona de Lanzarote, la Virgen de los Dolores. Junto a la ermita, hay un cartel que cuenta esta historia: "En septiembre de 1730, la tierra se abrió en Chimanfaya, las corrientes de lava destruyeron los pueblos y las fértiles vegas de la zona, se iniciaba de este modo unas erupciones volcánicas que continuaron durante unos cinco años.
En 1735 las corrientes de lava se dirigían a Tinajo por Mancha Blanca, sus habitantes ante el temor de que el fuego arrasara sus casas, acuden en procesión de rogativas preseidida por el franciscano Esteban de la Guardia, llevando un cuadro de la Virgen de los Dolores.
La procesión se dirige al encuentro de las corrientes de lava, un vecino clava una cruz y el río de lava volcánica se detiene. Los habitantes de Tinajo agradecidos ante el milagro de la Virgen, prometen levantar una ermita en este lugar.
Años después la Virgen les recuerda, apareciéndosele a la niña Juana Rafaela. Los vecinos del lugar solicitan en 1779 la autorización para construir la ermita, finalizando las obras en 1782.
La ermita de Nuestra Señora de los Dolores es el centro de mayor devoción mariana de Lanzarote y uno de los más importantes de Canarias."

Seguidamente decidimos volver a Arrecife para dar un paseo por sus calles y, tal vez, hacer algunas compras, pero hemos olvidado que es víspera de Reyes y el centro está cortado para permitir el paso de la Cabalgata, por lo que después de dar unas cuantas vueltas, decidimos ir al hotel y aprovechar el estupendo SPA (con un 50% de descuento para los huéspedes) para relajarnos y concluir así el día.



Es nuestro último día en la isla y los Reyes Magos nos han traido un precioso cielo azul sin nubarrones. Dejamos el hotel después de desayunar y nos ponemos en marcha. Como no cogemos el avión hasta esta tarde, queremos aprovechar la mañana que aún nos queda y no marcharnos de la isla sin probar una buena paella marinera.
Paramos en los Jameos del agua. Un jameo es una oquedad que se produce al desplomarse el techo de una cueva volcánica, es decir, como una cueva cuyo techo se hubiera derrumbado y hubiera quedado al aire libre. Son dos los jameos que se visitan: el Jameo Chico y el Jameo Grande. La visita se inicia por el primero. Bajamos por una escalerita hacia lo más profundo del jameo. Abajo hay una cafetería con mesas al aire libre. Desde el interior del jameo se observa claramente el hueco que habría dejado el techo al derrumbarse.
Seguidamente pasamos por una pasarela junto a un lago subterráneo de agua salada. Podemos ver en el fondo miles de puntitos blancos que son diminutos cangrejos ciegos (Munidopsis polimorpha) cuyo hábitat natural pertenece a mares más profundos y sobre los que los científicos no han encontrado aún una explicación sobre su presencia aquí.
Este lago está comunicado subterráneamente con el mar a través de la corteza volcánica, por lo que su nivel acusa la bajamar y pleamar del océano.
Al otro lado del lago llegamos al Jameo Grande. Destaca aquí una preciosa piscina blanca en la que resalta el azul intenso del agua, todo integrado con la roca y la vegetación.
El sol invita al baño pero no está permitido. Subiendo hacia las terrazas que hay en lo alto tenemos una bonita panorámica del conjunto. Desde arriba se puede entrar también en la Casa de los Volcanes, centro científico internacional para el estudio de la volcanología.
Muy cerca, apenas a 1 km, tenemos la Cueva de los Verdes, que es nuestro próximo destino. Forma parte del mismo tubo volcánico subterráneo que los Jameos de agua, que acabamos de visitar. Al solidificarse las capas exteriores de lava en contacto con la atomósfera, las partes internas siguieron en movimiento creando grutas y galerías subterráneas.
A partir del siglo XVII estas grutas fueron utilizadas por los habitantes de la isla para protegerse de las incursiones de los cazadores de esclavos y piratas del norte de África. En su interior se mantiene una temperatura constante de entre 18 y 20º y fluyen constantes corrientes de aire que ventilan y refrescan el ambiente. El color de las luces y el de la piedra forma mágicas formas y estancias. Llaman la atención los curiosos estafilitos (estalactitas de lava) así como los ríos de lava solidificada.
En el recorrido llegamos a un Auditorio donde habitualmente se celebran conciertos. La lava es un material muy poroso que absorbe el sonido, creando así una acústica prácticamente perfecta.
Nos quedamos con ganas de ir al Mirador del Río pero después de valorar el tiempo que tenemos, decidimos resignarnos y dejarlo para otra vez y así poder comer y llegar al aeropuerto sin prisas. Vamos hasta Arrieta y tomamos una riquísima paella en el Restaurante La Nasa.
Después vamos al aeropuerto, devolvemos el coche de alquiler que nos ha acompañado sin ningún problema estos días y decimos adiós con un poquito de tristeza a la isla y también a la Navidad.

5) RESTAURANTES. Aquí los restaurantes que visitamos en la isla:


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