Llegada a Los Ángeles. Santa Mónica

Llegamos a Los Ángeles directos desde Madrid con Iberia. Aunque pensábamos que las 13 horas largas de vuelo se nos iban a hacer eternas, en realidad no ha sido tan terrible como creíamos y entre las películas, la música, la lectura, los pases de comida y bebida y alguna cabezada que otra, por fin pisamos suelo americano, con la emoción del comienzo de un viaje que llevamos soñando y preparando muchos meses.

¡Al fin! ¡Ya estamos aquí! Afortunadamente los trámites de entrada en el aeropuerto van bastante rápido y tampoco nos toca esperar demasiado nuestras maletas. Una vez que las tenemos, lo primero que hacemos es buscar la oficina de ALAMO para coger el coche de 7 plazas que tenemos reservado.
No hay mostrador dentro del aeropuerto y nos toca caminar un poquito hasta llegar a la oficina. Metemos todos nuestros datos en una máquina y nos da el contrato y un comprobante con el que, en un parking que hay justo enfrente, nos dicen que elijamos el coche que más nos guste dentro de nuestra gama. Tenemos reservado un Dodge Caravan pero, al final, elegimos un Toyota Sienna gris, con el que, dentro de 9 días, llegaremos a San Francisco sin ningún problema.
Hemos tenido la precaución de no traer mucho equipaje (una maleta mediana y una pequeña por cada dos) por lo que, aunque el maletero no es demasiado grande, podemos acoplar todos los bultos y ponernos en marcha hacia el motel Rest Haven, en 815 Grant Street de Santa Mónica (Coordenadas GPS 34,011364, -118,481121).

Rest Haven Motel, Santa Monica

Los 20 kms que nos separan del alojamiento nos sirven para familiarizarnos, primero, con el coche automático y, también, con las diferencias en la señalización. La primera que encontramos es que los semáforos no están a la altura de donde hay que parar, sino enfrente, justo después del cruce. Se hace un poco raro al principio, aunque pronto nos iremos acostumbrando. Otra diferencia es que, aunque el semáforo esté rojo, siempre se puede girar a la derecha, cediendo el paso a los peatones, si no hay ninguna señal que expresamente lo impida.
Y otra más, es que muchas indicaciones no emplean dibujos sino palabras. Aquí se hace imprescindible tener al menos un vocabulario básico para no saltarnos ninguna.



Por fin llegamos al motel. Hacemos el check in, dejamos el equipaje en las habitaciones, y nos vamos andando directamente al Pier (Embarcadero). Son unos 20 minutos y tenemos ganas de que nos dé el aire y de estirar las piernas.

Santa Mónica Pier

Entre dos luces, se recorta sobre la arena la famosa silueta del Pier (Embarcadero), con su parque de atracciones Pacific Park sobre  pilotes de madera que se adentran hasta 300 metros en el Océano Pacífico.
Todavía queda gente en la playa, aunque ya van recogiendo sus cosas. Pronto quedará desierta. No es muy tarde, sobre las 20:00, pero aquí anochece antes que en España.
Caminamos por el paseo que hay junto a la playa hasta llegar al Embarcadero, muy animado a estas horas.

Casetas de los Vigilantes de la Playa, en Santa Mónica

Desde arriba, vemos la amplitud de la playa y la fila de casetas de los socorristas que  hemos visto tantas veces en Los Viigilantes de la Playa y otras series y películas americanas.
Hay dos tramos en el Pier, uno más ancho y grande, donde está el parque de atracciones, y otro más pequeño que se adentra más en el agua.

Santa Monica Pier
Caminamos hasta el final, sin cansarnos de ver cómo las olas se van tiñendo con los colores del atardecer. Es en el punto más lejano donde unos cuantos pescadores han plantado sus cañas y es también allí donde un simpático mexicano alegra el paseo al ritmo del pegadizo "Bailando" de Enrique Iglesias.
Un buen lugar para despedir este largo y extraño día de 33 horas.

Puesta de sol desde el Pier de Santa Monica

De regreso hacia tierra firme, nos fijamos en algunos puestos de recuerdos de la ruta 66, que recorreremos en pocos días, y en el indicador que señala el fin de ésta.

Fin de la ruta 66 en Santa Monica

Sólo nos queda cenar. El lugar elegido es el restaurante Bubba Gump, a la entrada del Pier. Cenamos en otro restaurante de esta cadena cuando fuimos a Nueva York en 2010 y nos dejó un buen recuerdo. Esta vez nos gusta menos, quizá porque estamos cansados y necesitamos más dormir que cenar, o tal vez porque tenemos menos acierto al pedir. No lo sé. El caso es que esta vez la relación calidad/precio no nos deja muy conformes.

Banco de Forrest en la entrada del restaurante Bubba Gump de Santa Monica

Regresamos andando al motel con ganas de descansar. El motel, nuestro primero en EEUU, no es ninguna maravilla, pero siendo agosto y playa, es lo mejor que he podido encontrar a un precio razonable. En cualquier caso, para pasar una noche y salir a la mañana siguiente, es suficiente.








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