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Llueve cuando nos levantamos pero al rato sale el sol y podemos dar un paseo junto a la playa después de desayunar. La playa de Caleta de Fuste es pequeña, o es una cala grande, como queramos.
Es una playa artificial, ya que la arena se importó hace años pero se ha asentado bien. La marea está baja y la orilla junto al agua es de tierra oscura, con piedras en algunas zonas, fea, no invita a pasear por la orilla.
No pisamos la arena, recorremos paseando el estrecho paseo desde el hotel hacia la zona del puerto deportivo, allí cerca.
Junto al paseo hay una franja ajardinada con palmeras, cactus y otras plantas.
Están podando las palmeras. Un operario va subiendo a ellas y corta las ramas secas.
En la playa hay algunas figuras esculpidas en la arena.
Parecen ser el reclamo de una escuela donde enseñan/entretienen a los niños a jugar con la arena y hacer castillos y otras figuras.
La playa está vacía. No llueve ahora pero está nublado, es temprano y no hace calor.
Paseando llegamos al puerto deportivo y, junto a él, vemos El Castillo, una torre grande de piedra oscura, muy parecida a las que, unos días después, veremos en El Cotillo.
Bordeamos la torre y, cuando queremos darnos cuenta, de pronto estamos en el recinto
del hotel Barceló Club El Castillo, junto a dos de sus piscinas.
Es extraña esta configuración y supongo que poco agradable para los clientes del hotel, que estarán tumbados en sus hamacas tranquilamente y ven pasar continuamente a su lado a los turistas que van a visitar la torre. No sé si se puede visitar el interior, pero cuando vamos está cerrado.
Dejamos el hotel y nos dirigimos hacia las Salinas de El Carmen, donde las visitamos y también el Museo de la Sal.
Este museo tiene dos zonas: una interior, donde se explica mediante paneles y vídeos el proceso de obtención de la sal en las salinas, y la zona exterior, que son las salinas propiamente dichas, donde se visitan las diferentes partes utilizadas en el proceso.
Llama la atención el esqueleto de un animal enorme sobre un armazón de acero. Busco algún cartel que explique su procedencia pero no encuentro nada. Al salir, pregunto al chico que está en la taquilla y me dice que es de una ballena que varó hace algunos años en el norte de la isla.
Su esqueleto se sometió a un proceso a fin de conservarlo adecuadamente y ha quedado expuesto en el museo, al aire libre, junto al mar. La ballena medía unos 19 metros de larga y pesaba unos 15.000 kilos. Sólo el esqueleto pesa alrededor de los 5.000.
Me gusta el nombre del tipo de sal que se obtiene aquí: "Sal de Espuma". Y es que en realidad es de la cresta de la ola de donde se obtiene esta sal. ¿Cómo recogerla? Son las olas las que llegan al Saltadero.
Como explica el folleto que te dan en el museo, el saltadero es "el punto más alto de las salinas. El viento impulsa las olas hacia las rocas y al impactar se forma la espuma, donde se concentra la mayor cantidad de sal. El agua salta y se introduce en el saltadero. Desde aquí se canaliza hasta los cocederos y calentadores."
Después de visitar las salinas nos dirigimos hacia Antigua. Aparcamos y damos un paseo por las calles buscando la plaza, donde está la iglesia. Es un lugar de calles tranquilas, donde la prisa parece no existir. Enseguida encontramos la iglesia, toda blanca, con piedras enmarcando el arco de la puerta y resaltando las esquinas y adornando algunas otras zonas.
La torre del campanario es cuadrada. Frente a la iglesia, la Cruz de los Caídos. Un buen lugar para sentarse junto al coqueto jardincillo y descansar del paseo.
Seguidamente nos dirigimos hacia el Molino de Antigua, el segundo de los museos de la Red de Museos del Cabildo de Fuerteventura que vamos a visitar en este viaje.
Se trata de un molino de viento restaurado, rodeado por un cuidado jardín.
En el interior se conserva la maquinaria que permitía moler el gofio.
Dentro del recinto hay una cafetería y también tiendas de artesanía.
Este museo, al igual que el resto de la Red del Cabildo, está cerrado los domingos y los lunes.
Tras visitar el molino, ponemos rumbo hacia Betancuria. La carretera transcurre con muchas curvas, entre montañas. En lo alto de una de ellas vemos un edificio.
Es el mirador de Morro Velosa, al que llegaremos poco después.
Este edificio fue diseñado por César Manrique, el conocido artista lanzaroteño. En su interior hay una cafetería desde la que hay maravillosas vistas al valle. También se puede rodear el edificio por el exterior. Leí que si el día está claro, se puede llegar a ver Lanzarote, pero no tenemos esa suerte, ya que el valle está sumido en una fina neblina.
En Betancuria tenemos reserva para comer en Casa Santa María.
Antes de entrar a comer paseamos también por su calles. Después vemos la plaza con la iglesia, muy parecida a la de Antigua, y entramos en las tiendas de artesanía cercanas para hacer algunas compras.
Después de comer queremos ir a Ajuy. Según el mapa que llevamos no está muy claro si podemos atajar por Vega de Río Palmas y decidimos intentarlo. Pronto la carretera termina bruscamente dejando paso a caminos de tierra que no ofrecen mucha confianza para continuar, por lo que optamos por dar la vuelta, regresar a la FV-30 y llegar hasta Pájara.
La carretera es estrecha y sinuosa, bordeando las montañas.
Nos detenemos unos minutos en un par de miradores observando los valles y montañas en los que el verde de la escasa vegetación se difumina con el rojo de la tierra. En el primero no vi nombre, pero creo que es el de la presa de las Peñitas. El segundo es el de la Degollada de los Granadillos.
En Pájara no bajamos del coche. Habiendo llegado hasta aquí decidimos dejar Ajuy para más tarde y acercarnos primero a ver los restos del naufragio del American Star, en la playa de Garcey. Había leido un artículo sobre este barco y su naufragio en http://viajarafuerteventura.blogspot.com/2005/09/el-destino-del-ss-america.html, donde, además de la historia del barco, hay una foto de cómo quedó varado, y me llamaba mucho la atención visitarlo, atrapada por ese halo de misterio que siempre rodea a lo abandonado. Fue sorprendente encontrarlo también en la vista desde el satélite de google maps, donde se distinguía perfectamente junto a la orilla. Impresionante.
Esperaba verlo igual que en las fotos, pero poco antes de viajar a Fuerteventura me enteré de que el mar, increíblemente, se lo había ido tragando poco a poco y era un trozo bastante perqueño lo que aún podía verse sobre la superficie del agua.
En Pájara preguntamos cómo llegar, ya que no habíamos visto indicación alguna. Un hombre nos informó amablemente de la dirección que debíamos tomar y nos advirtió de que el camino era malo y tardaríamos bastante en llegar. Decidimos armarnos de paciencia y nos pusimos en marcha. El viaje resultó una auténtica odisea, mucho peor de lo que esperábamos. La pista de tierra es un camino de cabras lleno de piedras, con baches, subidas y bajadas. Había que llevar mucho cuidado para no rozar los bajos del vehículo de alquiler. El día estaba oscuro, medio llovía. Había tramos donde cruzarnos de frente con otro coche habría sido un problema, debido a su estrechez, pero fueron muy pocos los vehículos que circulaban por allí. No dejaba de preguntarme cómo habían podido llegar una y otra vez hasta la playa tras el naufragio y vaciar el barco, cargando con todo tipo de maquinaria y objetos más o menos pesados, pero así lo hicieron.
Más de una vez nos dieron ganas de dar la vuelta, pero pudo más el afán de ver los restos antes de que desaparezcan del todo, cosa que no va a tardar mucho en suceder visto lo que queda.
Esta costa es una zona agreste y inhóspita, acariciada por un mar constantemente embravecido y con el encanto de lo inaccesible.
Si en llegar hasta el barco nos pareció que tardamos una eternidad, el regreso hacia la civilización se nos hizo mucho más corto. Respiramos aliviados cuando dejamos atrás la pista de tierra y rodamos de nuevo sobre el asfalto.
Ahora ya sí vamos a Ajuy. Es un pueblecito pesquero con una extraña playa de arena negra.
Mirando hacia el mar, junto a las rocas que hay a la derecha, hay una casetita.
Por encima de la caseta una pasarela nos lleva sobre los acantilados. Es imprescindible recorrer este paseo para disfrutar de una vista maravillosa y escuchar el susurro incesante del mar.
Aquí una panorámica-recuerdo de lo que se ve desde allí.
Y otra con los hipnóticos remolinos que el agua forma bajo las rocas, siempre parecidos, siempre distintos.
La pasarela continua hacia la cueva, pero no llegamos hasta el final, ya que tememos que se nos haga de noche en el regreso. Es febrero y los días son más cortos que en verano.
Regresamos a Ajuy y, desde allí, ponemos rumbo a Costa Calma para alojarnos en el Hotel Costa Calma Palace.
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1 comentario:
la playa de Caleta de Fuste en realidad no era artificial. Ahora mismo lo es porque al construir el muelle deportivo cortaron la corriente que llevaba arena hasta la playa, con lo que poco a poco fue perdiendo arena, y ahi esta el resultado, o le ponen o se queda sin arena.
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